"¿Donde voy a meter a tanta gente? ¡Cómo calculamos tan mal!". Estas frases se me entremezclaban en al cabeza minutos antes de la función que pondría punto y final a "Los errores" en El Fino, punto y seguido en nuestra historia. Minutos antes, la sala donde aguardaban los últimos testigos de nuestra aventura teatral vibraba con el murmullo y la vibración que tiene la antesala de los momentos únicos. De los momentos que quedan en la retina de uno y decantan positivamente los balances que la "carrera" te obliga a hacer muchas veces en la vida. Esas imágenes que nadie te puede contar porque sólo se vive.
Llegamos tarde. Algo no quería irse. Algo nos retrasaba. Si no era la estantería, era la tanza, o el hilo o nosotros que no queríamos enfrentarnos a la desazón del día después de. Nosotros hacíamos pero nuestro cuerpo iba mas lento. Fuera la sala aguardaba la apertura de su cortinado, hoy mas triste, hoy mas pesado, hoy agradecido de haberle hecho sentir que pertenecía al teatro no sólo por su uso divisible, sino porque para nosotros era indivisible de nuestro espacio de arte, de juego, de vida. Ese telón, lo hicimos de los nuestros. Se abrió y comenzó a ingresar la gente. Se abrió. En poco más de 5 minutos, no había lugar. Tocaba inventar "dóndes". Pero gracias a la magia que tienen éstos momentos, entramos. Juntos, muy juntos, pero entramos. Y no sólo entramos, en un momento la imagen era la de una hinchada. Sin huecos y con los cuerpos moviéndose uniformemente según bailaban los cuerpos. Y las palabras que un día esta planas en una hoja, tomaban cuerpo y sentimiento. Y las almas acariciaban cada coma como si fuera la última. Y los oídos pedían más y más. Pronto, nuestro cortinado, haciéndonos un hermoso homenaje, se abrió y no quiso cerrarse nunca más. Se descolgó, pidió no seguir. Como hizo esa hermosa "Ginger" el último día de trabajo de Mario (Querido Mario, ¡cómo te trató la vida, ché!) que se trabó y no quiso seguir. Y respetando mucho su voluntad, lo dejamos ahí, presente, manifestante, poético, hecho un artista. Los personajes se querían y se odiaban, se pegaban y pedían por favor no separase nunca; y el público observaba. De pronto, un suspiro. De pronto, un silencio. De pronto, cuando nos quisimos dar cuenta, el teatro estaba viviendo sólo. Estaba siendo y nosotros con él. De pronto, supimos ser y fuimos premiados con lo más hermoso que tiene esto: el aplauso. Un aplauso cerrado. Si cerrabas los ojos, ¡te lo juro!, sentías que estabas en un teatro con no menos de 400 butacas. El aplauso sigue. Y sigue. En escena, los actores. Me "invitan" a acceder al escenario y siento una caricia hermosa para mi alma: el aplauso, crece y con ello, mis oídos se cierran y no puedo escuchar. No sé, estoy sobretodo conmigo. Trato de hablar y me cuesta. Me cuesta mucho. Tartamudeo. Ante todo una consigna: No decir "Y bueno, nada". (¡Jajaja!) y dije: "¡¿Qué momento, no?!" (¡Jajaja!). Esa frase, presa y consecuencia de mi emoción, encontró una sorprendente respuesta afirmativa en el público consecuencia de los restos emocionales vividos minutos antes. Y al final pude hablar, tratando de ser sincero conmigo. Os agradecí y agradezco a todos los que hicisteis posible que "Los errores" existan. (De verdad, gracias. A todos. Mas allá de idas y vueltas, de diferencias y dificultades, ¡Gracias!) Y segundos después vino el abrazo, el sudor, las ganas de que eso nunca termine y la alegría y satisfacción por el trabajo realizado y el deseo del festejo de lo que nos merecemos y brindis que firma una comunión que nos hizo un poco mas felices a todos. Se desarmó y empezó una música que mucho no tenía que ver con el momento y con nosotros, así que decidimos pasar el "track" y ya estábamos en la mesa de Güerrin donde la “muzza” es portante del sabor melancólico argentino quizá por su proximidad a un obelisco algo más apagado, cuyo "por qué" me ilusiona imaginar. Y entonces se cruzaron la cerveza y el moscatto y las alegrías del grupo vivido y compartido y risas y fiesta y noche y vasos y anécdotas y suertes que se formaron y lugares por recorrer y miradas que se encontraban tratando de hacerse presentes en la retina de la memoria colectiva que no quiere ser ayer para transformarse en fututo y quizá, y sólo quizá, en arte. Tras los besos y los ojos que piden descansar, se arregla un encuentro en breve en el que se promete rememorar lo que la noche nos deparó y quien sabe si no habrá alguna anécdota que aún no conocemos y de la que fuimos partícipes. Una hora mas tarde, un velador ilumina la noche en la que nos recibimos de artistas melancólicos donde lo acontecido hace una hora aún tiene brasas encendidas pero saben al ayer. Con el recuerdo grato y agradecido del buen momento y la promesa de un pronto sueño que, muy probablemente, sea el disparador de un nuevo dialogo que propicie una nueva creación, un nuevo proyecto con el objetivo encubierto de tener algo nuevo por lo que brindar juntos y sintiéndonos bien por hacer lo que nos gusta. Con el plus y la suerte de que la gente, cada vez mas, nos pregunta por la próxima. Y nuestra alma cansada y castigada por lo poco agradecida que nuestra profesión es con las facturas a pagar empieza a vibrar con el deseo de ponernos de nuevo en las tablas e inquietarnos con nuevas ilusiones, fantasías y responsabilidades que tenemos con el teatro y con aquel que nos pide "otra" y nos mira a los ojos para decir un "gracias" que rebasa cualquier esfuerzo, cualquier dificultad que tenemos cuando pretendemos hacer de nuestro sueño, nuestra vida y el sueño de los demás.
Por todo ello, ¡Gracias Errores! ¡Gracias gente! ¡Gracias teatro!
YOSKA LÁZARO