“(…)Yo había ideado un plan para que los hombres de la cultura que estábamos en exilio le asestáramos un golpe al Proceso. Cuando se supo que Videla iba a pasarle el poder a Viola, el gobierno militar anunció que se recibiría a delegaciones extranjeras. A mí se me ocurrió que ése era el momento para que los intelectuales exiliados volviésemos al país de manera sorpresiva. Estaba todo calculado. Íbamos a alquilar un avión y la Iglesia Evangélica Alemana nos iba a ayudar con el financiamiento. Lo único que nos había pedido era que en ese retorno nos acompañaran otros intelectuales reconocidos. Nuestra idea era que fueran Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Günter Grass y varios otros. También nos iba a acompañar Felipe González, que en aquel tiempo era diputado, y alguna gente de la socialdemocracia alemana. La única condición que pusieron García Márquez y Grass fue que debía viajar también Cortázar. Entonces Soriano (Osvaldo) preparó una reunión especial con él en París. Se hizo en la casa de Soriano. Estaban Cortázar, su mujer, Carol Dunlop, Carlos Gabetta y yo. Les conté mi idea del viaje, organizado para marzo del ‘81. Les dije todo lo que podía ocurrirnos. No había muchas variantes: o no nos dejaban bajar y nos mandaban con el mismo vuelo a Montevideo, lo que iba a significar un escándalo internacional, o bajábamos y poníamos en marcha nuestro plan. Éste era trasladarnos directamente desde el aeropuerto hasta la sede de la Iglesia Evangélica Alemana en la calle Esmeralda y anunciar de manera inmediata la creación de una Universidad Abierta. Grass, Cortázar y Rulfo empezarían a dar sus discursos, y todos íbamos a estar acompañados por periodistas extranjeros. Si las autoridades argentinas decidían encerrarnos en la iglesia, la situación tendría un enorme eco en Europa. Había una tercera posibilidad: que una vez en tierra o nos metieran a todos presos o nos detuvieran a los argentinos y a los extranjeros los expulsaran. En un sentido también podía ser positivo por la repercusión mundial. Expuse esto y todos esperamos la respuesta de Cortázar: lamentablemente se negó a ser parte de este operativo. En su tono francés, y patinando la erre, dijo: “Yo no quiero ir para que me peguen un tiro en la cabeza“. Se hizo un gran silencio. Si no venía Cortázar, no iban a aceptar viajar los escritores extranjeros. Me sentí apenado. Soriano se quedó callado y después me dijo que Cortázar se había negado a a viajar porque estaba totalmente enamorado. Y yo me decía: ”Si le pegan un tiro en la Argentina, Cortázar pasaría a la historia como un intelectual luchador, un héroe“. Aprecié siempre mucho a Cortázar, fue una gran persona(…)”