Los caminos por los que uno anda a veces lo conducen a lugares no imaginados, llenos de sorpresa, de errores y aciertos; pero por sobre todas las cosas lo hace a uno revisionar ese camino y sus detalles, de que material es ese camino y las paradas que uno ha hecho en el. El “fin” en el que se convirtió esta obra esta construido por muchos instantes de este camino. Aclaro que uso fin entre comillas porque en realidad todavía estamos en el camino, sabiendo que queda mucho por delante, que habrá caminos pantanosos, de tierra, algún alivio de asfalto quizás; hasta que nos topemos con alguna bifurcación .. y seguiremos.
Hay un alto en el camino, en el cual me voy a detener y dejar que juegue mi memoria a emocionarse un poco.
Estaba sentado en primera fila, de las pocas que tiene el teatro-hogar en el que hacemos la función. En los re ojeos que uno puede hacer a la platea, poco se puede ver, salvo si alguien tiene una tupida barba blanca y un brillo en los ojos que no envejecen. Los mismos ojos que supieron mirar al Che, los mismos que lloraron a Soriano, que miraron a las planicies patagónicas como nadie antes, que enrojecieron de furia cuantas veces fue necesario.
Fue una buena función, el público se emociono y nosotros también. Y él esperaba en el hall del teatro. Hay momentos que de tan simples son extraordinarios. Él contándonos de primera mano sus historias, sobre todo la que había disparado nuestra sorpresa y que se traslado a la obra. Y mientras hablaba en un tono tan agradable, tan apasionado venían a mi cabeza como diapositivas los nombres de Simón Radowinsky, Cortázar, Jacinto Arauz, Severino, Roca y su muerte, Arbolito, Varela y Wilkens; todos girando como un remolino por delante de su voz, apacible y rebelde. Quizás, en una clase de compromiso social, estiro una última respuesta antes de partir:
¿Porque Osvaldo no se queda en Alemania con su familia y sus nietos?
“…Y que voy a hacer? Vida de Jubilado? Voy a la plaza a jugar a las cartas? No, acá todavía queda mucho por hacer, muchas batallas por librar.”
82 y contando.
Este es un alto en el camino de Los Errores de Noé, un camino que trae perlas que no dejan de asombrarnos. Y esto también es arte. Rojo, sangre, vivo, desgarrante, arte.
FERNANDO GARCÍA VALLE
Hay un alto en el camino, en el cual me voy a detener y dejar que juegue mi memoria a emocionarse un poco.
Estaba sentado en primera fila, de las pocas que tiene el teatro-hogar en el que hacemos la función. En los re ojeos que uno puede hacer a la platea, poco se puede ver, salvo si alguien tiene una tupida barba blanca y un brillo en los ojos que no envejecen. Los mismos ojos que supieron mirar al Che, los mismos que lloraron a Soriano, que miraron a las planicies patagónicas como nadie antes, que enrojecieron de furia cuantas veces fue necesario.
Fue una buena función, el público se emociono y nosotros también. Y él esperaba en el hall del teatro. Hay momentos que de tan simples son extraordinarios. Él contándonos de primera mano sus historias, sobre todo la que había disparado nuestra sorpresa y que se traslado a la obra. Y mientras hablaba en un tono tan agradable, tan apasionado venían a mi cabeza como diapositivas los nombres de Simón Radowinsky, Cortázar, Jacinto Arauz, Severino, Roca y su muerte, Arbolito, Varela y Wilkens; todos girando como un remolino por delante de su voz, apacible y rebelde. Quizás, en una clase de compromiso social, estiro una última respuesta antes de partir:
¿Porque Osvaldo no se queda en Alemania con su familia y sus nietos?
“…Y que voy a hacer? Vida de Jubilado? Voy a la plaza a jugar a las cartas? No, acá todavía queda mucho por hacer, muchas batallas por librar.”
82 y contando.
Este es un alto en el camino de Los Errores de Noé, un camino que trae perlas que no dejan de asombrarnos. Y esto también es arte. Rojo, sangre, vivo, desgarrante, arte.
FERNANDO GARCÍA VALLE